Texto: Carlos Balado (Profesor de OBS Business School y director de Eurocofin) •

“Si las nuevas tecnologías se utilizan solo para automatizar el trabajo, realizar despidos o intensificar la vigilancia, el ‘tren’ no avanza, como han demostrado Acemoglu y Johnson”

Carlos Balado
Carlos Balado

En la fábrica del futuro habrá solo dos empleados: un hombre y un perro. El hombre para dar de comer al perro. Y el perro para vigilar que el hombre no toque los equipos”. Con este crudo humor ha reflejado Warren Bennis el impacto de la tecnología en el futuro del empleo. Es una reflexión oportuna en un contexto en el que el PIB americano ya se nutre, por primera vez, de la tecnología y el consumo a partes iguales, y se va extendiendo cierto tecno optimismo acrítico. (Durante la primera mitad del año, las dos partidas de la inversión tanto física, mediante equipos de IT, como en propiedad intelectual a través de software, han aportado un punto porcentual de media al crecimiento del PIB, y se sitúan al mismo nivel de lo que aporta el consumidor americano, según los datos de la Oficina de Análisis Económico, el Bureau of Economic Analysis, BEA). La revolución actual consiste en un cambio de los bienes físicos tradicionales basados en infraestructuras, capital intensivo y fuerza laboral a las aplicaciones de software que pueden descargarse y difundirse por todo el mundo en cuestión de segundos. Como ejemplo de esa velocidad, el teléfono necesitó 50 años en alcanzar los 50 millones de usuarios; ChatGPT apenas un mes. Esta industria tiene un potencial de desarrollo muy alto. En términos de valor añadido ha pasado de suponer el 2,6% del total en 2015 al 3,7% en 2025, mientras que la manufactura ha bajado de un 11,3% al 9,7% en el mismo periodo, según los datos oficiales de Estados Unidos.

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