alta velocidad, transportes

“Trenes que acumulan retrasos y cancelaciones; carreteras en estado lamentable, al punto de comprometer estándares de seguridad; catástrofes naturales que no se alertan, ni se subsanan sus efectos en plazos razonables; servicios que se prestan tarde y mal… y un cúmulo de promesas que no pasan del discurso o el papel”

CIERTA O EXAGERADA, la sensación de deterioro del área pública lleva meses extendiéndose. Incluso los hay que, lanzados al extremo, llegan a hablar de Estado fallido y no pocos rescatan de la memoria aquel compromiso del socialista Felipe González en las elecciones de 1982: ¡que España funcione!, sugiriendo que valdría la pena recuperarlo y hacerlo verdad. Más allá de cifras y casos concretos, domina una percepción cargada de negatividad. Hay, sin duda, fundamentos más firmes que otros, pero se antoja determinante la acumulación. Las sensibilidades también son distintas: dependen de la gravedad o el alcance de la deficiencia apreciada –sufrida–, pero también de la legítima comparación, que puede ser tanto externa como referida a sí misma; es tan fácil acostumbrarse a lo bueno, como difícil resignarse a que deje de serlo. Ejemplo paradigmático es lo que viene ocurriendo con la red de alta velocidad: ¿cómo es posible que su alta fiabilidad haya caído en picado? Pero no es único, hay más y son bastante heterogéneos, pero en todos subyace un mismo vicio: carencia de dedicación a aspectos sustanciales como previsión, mantenimiento y conservación. Esto es: nula o mala gestión.

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