Cierta exégesis conservacionista suena a absurdo capricho, incomprensible fuera del considerado epicentro del mundo. Relegando la degradación irremisible del ecosistema en otras latitudes del Planeta, predica sin aportar soluciones satisfactorias a las poblaciones autóctonas. Faltan propuestas eficaces y límites nítidos entre lo tolerable y el abuso. Algunas celebradas imposiciones doctrinarias deshumanizan: prohibir la caza de determinadas especies que arrasan plantaciones frustra el esfuerzo de poblaciones enteras; ni les alimenta su siembra malograda ni la carne del animal protegido. Condenadas al hambre, compran a precios prohibitivos productos congelados, de origen y elaboración desconocidos, poniendo en riesgo su salud, según demostró aquella epidemia de las “vacas locas”. Lógico entonces que culturas distintas desdeñen por extravagantes los derechos y cuidados otorgados a sus mascotas, superiores a los de infinitos menesterosos marginados en lóbregas barriadas de urbes emblemáticas.

La aplicación dogmática de conceptos desmotiva en sociedades de subsistencia precaria. Silencian el infesto basurero que bordea África occidental; que víctimas del yihadismo desplazadas llegan al lago Chad intentando rehacerse como pescadores; pero esas seculares fuentes de vida y sustento se agostan; sus aguas menguaron un 90% desde 1960. Regadíos incontrolados, crecimiento demográfico y desertización aceleran su fin. Diversos organismos estiman en 143 millones las personas que carecerán de agua potable en 2050; arrecian sequías y hambrunas; la aridez galopante esteriliza el suelo; merma la biodiversidad. La Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) acordó revertir la tendencia para 2020. Del dicho al hecho…

La defensa medioambiental requiere equidad. África emite el 3% de la toxicidad global, pero el calentamiento le afecta con desproporcionada intensidad. Pactos internacionales incumplidos privan al continente de financiación, con efectos sobre su producción agropecuaria, seguridad alimentaria y salud; unidos desastres naturales previsibles, crecerá el éxodo migratorio, cuyas secuelas -conflictos e inestabilidad- asoman. En 2007, los Estados más expuestos destinaron 780 millones de hectáreas mancomunadas para recuperar la gestión sostenible de la tierra. ¿Resolverá esa Gran Muralla Verde tantos desafíos?♦