“El déficit crónico de las pensiones se ensancha cada año. El ministro sabe lo que hay que reformar pero no se decide a actuar, a pasar de las musas al teatro”.

Fernando G. Urbaneja
F. González Urbaneja

España tiene un problema prioritario, esencial, de empleo: alta tasa de paro crónico, y precariedad laboral. Ambas cuentan entre las causas esenciales de una desigualdad sonrojante, entre las peores de Europa. A renglón seguido, para complicar las soluciones, viene el problema del elevado déficit público, incrementado durante la última década como inevitable fatalidad. Una deuda agravada por su dependencia de financiación externa con sesgo de inestabilidad. En el corazón de esa deuda está el déficit crónico acumulado durante la última década del sistema de pensiones que ensancha su déficit cada año. El sistema español de pensiones funciona bien, es eficiente, incluso generoso comparado con otros sistemas. Es esencial para mitigar las desigualdades. Pero las pensiones están en el centro del debate de la estabilidad y sostenibilidad de las finanzas españolas en la zona euro. Por eso preocupan a los socios europeos que reclaman reformas inteligentes y urgentes. El discurso que traslada en Bruselas el ministro Escrivá es creído, suena solvente; pero tiene que pasar de las musas al teatro, a la acción. Y ese paso es complicado porque tropieza con obstáculos e intereses que parecen insalvables.

El ministro propone una reforma que la profesora Elisa Chuliá, (cuyo reciente trabajo elaborado para el Círculo Cívico de Opinión, que publicamos como informe en este número, puede verse completo en la web del Círculo) califica de “reforma por piezas” que me recuerda la llamada reforma silenciosa que el hacendista Flores de Lemus reclamaba a principios del siglo XX para España. Una reforma silenciosa que nunca se materializó porque la aristocracia y la burguesía española, egoístas y cegatas, impidieron al considerar que pagar impuestos era una “funesta manía” de liberales y socialistas. Ahora son sindicatos y otros grupos de interés e ideología son los que ponen pies en pared a la reforma de un sistema de pensiones que puede ser sostenible y viable si acomete las reformas necesarias. De no hacerlo estaremos abocados a una crisis de graves consecuencias sociales. El ministro de las pensiones, pese a gozar del aval de Bruselas y del presidente Sánchez, no está siendo ni lo contundente, ni lo claro y convincente, que cabía esperar de él. Las reformas granulares y paramétricas que insinúa están bien, son necesarias y convenientes, pero la reforma por piezas puede producir la misma frustración que la silenciosa de Flores de Lemus.

No reformar el sistema es condenarle al fracaso, que sería histórico y fatal. Europa no está hoy para imponer reformas no negociables, pero excitar su desconfianza tendría un coste elevado para la sociedad española, precisamente cuando más necesitamos de la solidaridad de unos socios decididos a prestar apoyo por mor de la convergencia en un proyecto común. La pieza de las pensiones es esencial, su reforma es urgente para sostener un sistema que ha acreditado que funciona. El actual ministro conoce el tema, sabe lo que hay que reformar, pero no se decide a sumir su responsabilidad en un momento crítico, cuando aun se puede sostener el sistema. Las propuestas del Pacto de Toledo están atrasadas, pecan de diez años de retraso y son manifiestamente insuficientes. Y confiar la sostenibilidad a los trasvases anuales de los Presupuestos del Estado es demasiado arriesgado; pan para hoy y hambre para mañana.♦