La Fundación Mo Ibrahim, establecida en 2006 por el filántropo sudanés, creador de la empresa de telecomunicaciones Celtel International, se propuso “lograr cambios significativos en el continente, proporcionando herramientas para fortalecer el progreso en la gobernanza”, definida como provisión de bienes y servicios públicos, políticos, sociales, económicos. Desde 2007 distingue al africano más destacado por sus logros. Su primer galardonado, Joaquim Chissano, expresidente de Mozambique, encontró una nación en guerra y restableció la paz y la democracia. Cuando obtuvo el premio Festus Mogae, exdirigente de Botsuana, Kofi Annan destacó su firme liderazgo por la estabilidad y prosperidad del país meridional y su entrega en la erradicación del sida, de estragos memorables en la región.

Sin embargo, quedó desierto en los dos años siguientes; el caboverdiano Pedro Pires lo recibió en 2011, Hifikepunye Pohamba lo recibió en 2014 y Ellen Johnson Sirleaf lo recibió en 2017; desde entonces no ha habido “candidatos creíbles”. Decisión que loa a la Fundación, dotándola de credibilidad, aunque inquieta y abochorna. África vive una paradoja: en esta década mejoraron infraestructuras, oportunidades económicas y desarrollo humano, mientras se deterioran estado de Derecho y seguridad. En 2019 y 2020 cerca de 40 de sus 55 naciones celebraron procesos electorales; salvo en dos, continuaron los mismos mandatarios, recurriendo a toda argucia, represión incluida, para mantener el poder. ¿Extraña que las poblaciones perciban tales “democracias”, bendecidas en Occidente, como burdas caricaturas de sus seculares ansias de libertad y prosperidad?

Nathalie Delapalme, directora ejecutiva, y Camilla Rocco, directora de investigación de la Fundación, se mostraron “preocupadas” al presentar el último informe en noviembre: “el 60% de los africanos vive en países donde la gobernanza es mejor en 2019 que en 2010”, pero la progresión se estanca. En la mayoría de los lugares encuestados, los ciudadanos están más insatisfechos con su gobierno que hace diez años, y la percepción pública de su gestión empeoró desde 2015. Mauricio, Cabo Verde, Seychelles, Túnez y Botsuana se salvan, mientras Angola y Somalia permanecen en la cola. En una “África que debe ser ‘socio’ en el escenario mundial” -pretende la vicesecretaria General de Naciones Unidas, Amina Mohammed- las urnas deben garantizar la alternancia, no validar meros
plebiscitos.♦