“Ni agencias de calificación ni acreedores han pedido aún la palabra pero si la recuperación es en K, y algunos van hacia abajo, puede ser pronto para darla por acabada”.

F. González Urbaneja

probados los Presupuestos 2021, el gobierno (que Pablo Iglesias califica de social-comunista) se siente aliviado en cuanto a su estabilidad inmediata. Tiene más posibilidades de durar toda la legislatura (hasta finales de 2023) pero pocas garantías, porque en la política actual el contador empieza a correr a cada rato por causas y circunstancias imprevisibles. Además de la tranquilidad de Sánchez se nota la alegría de sus aliados de Gobierno, incluido el locuaz portavoz parlamentario Echenique que asume estos Presupuestos como la expresión de cumplimiento de sus objetivos políticos. El portavoz sostiene que estos Presupuestos 2021 son la tapa de la sepultura de la llamada “austeridad”, que caracterizó la estrategia presupuestaria de la Unión Europea concretada en los Pactos de estabilidad fundantes del euro durante lo que va de siglo.

Es evidente que la Unión Europea ha puesto punto y aparte a los objetivos de estabilidad ante la magnitud de la recesión provocada por la pandemia. Todos los organismos internacionales sin excepción (FMI, OCDE, bancos centrales…) recomiendan activismo fiscal y monetario para reactivar las economías. No es momento para situar el déficit y la deuda en la lista prioritaria de vigilancia, sino que lo que toca ahora, con urgencia, es cebar la bomba del crecimiento. Los bancos centrales, tanto la FED como el BCE y sus pares nacionales relevantes, se aplicaron el cuento desde primera hora y han ampliado sus balances estos meses en magnitudes inimaginables. Esa política ha sostenido la estabilidad y ha garantizado a los estados la financiación de sus gastos hasta cifras de déficit que años atrás se consideraban inasumibles. De manera que la austeridad es historia pasada, pero el déficit y la deuda es historia presente. Una deuda que se contabilizada como tal en los libros de los bancos centrales y de los inversores institucionales que tratan de mantener la integridad del ahorro que tienen confiado sin expectativas de rentabilidad.

De momento ni las agencias de calificación ni los acreedores han pedido la palabra, chitón, chitón, ante una situación tan excepcional como la actual. Su urgencia es que los deudores sigan siendo deudores; que las economías se recuperen y crezcan para poder hacer honor a sus compromisos financieros. ¿Cuánto tiempo llevará esa recuperación? Nadie lo sabe, para las economías más robustas y flexibles puede ser cuestión de uno o dos años, para las más débiles los plazos se amplían y complican. Por eso los letristas dicen que la recuperación va a ser en K, es decir que unos irán para arriba y otros para abajo. ¿Quiénes, cuándo, cuántos…? El tiempo lo dirá pero hay candidatos claros en ambas listas. En ese contexto el certificado de defunción de la austeridad puede tropezar con una situación semejante a la que conoció Mark Twin en 1907 cuando viajaba por Europa y alguien le informó de que un diario del otro lado del Atlántico publicó que había muerto. Respondió con un telegrama que rezaba: “rumores de mi muerte muy exagerados”. Pues eso, los rumores de la muerte de la austeridad pueden ser muy exagerados.♦