En vacaciones o en era de confinamientos, los padres se hartan de oír una cansina cantinela de sus pequeños: “estoy aburrido”. ¿Cómo mantenerles provechosamente ocupados cuando el parque y los amigos no son opción, desdeñan la lectura y soportan entre escasos metros cuadrados el obligado encierro domiciliario? Muchos bucean en su propia infancia para recordar cómo entretenían su ocio a la edad de sus hijos, asombrados ante la fugacidad del tiempo y los cambios producidos desde entonces. Demasiadas formas de sana diversión desaparecieron sin remedio.

Frena nostalgias y pesimismos una constatación cotidiana. Numerosísimas innovaciones benefician la vida, hoy más variada, cómoda y segura que en tiempos de Maricastaña. Aunque ciertos avances conlleven su cruz. Décadas atrás no existían internet, ordenadores, redes sociales, móviles ni videojuegos, cuyas indudables ventajas solapan riesgos no desdeñables: enclaustrados en la soledad del cuarto, amorrados a las pequeñas pantallas, niños y adolescentes anteponen la compañía de amigos virtuales al saludable hábito de compartir tiempo, espacio y comunicación con progenitores y hermanos, dialogando en el ámbito familiar. El efecto resulta desolador: se desconoce con quién tratan, qué ven o de qué hablan. Generaciones anteriores reprocharon a sus vástagos su rebeldía, su empeño en transformar un mundo de convencionalismos para alcanzar mayores cotas de libertad, tolerancia e igualdad. El porvenir anuncia la quiebra del nexo hacia una transición armoniosa entre presente y futuro; el idealismo pudiera estar siendo sustituido por el individualismo; se vislumbra un universo poblado de seres egocéntricos, apegados al instinto e interés personal, sin miras al bien común.

Quizás el temprano aislamiento sea la causa, junto al compulsivo afán de poseer el último modelo de toda novedad electrónica. Reforzar el trabajo en equipo no siempre redunda en solidaridad y empatía. Verificada la generalizada supresión de las Humanidades del currículo escolar como factor influyente en la merma de la capacidad analítica y crítica del intelecto en formación, instituciones como Harvard revisan sus planes académicos.♦